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JESÚS EL SALVADOR. ¿SALVADOR DE QUÉ?

JESÚS EL SALVADOR. ¿SALVADOR DE QUÉ?

Miguel Matos s.j
“Jesús el Salvador” , “Sólo Cristo Salva”  Pocos epítetos tan hermosos expresan la significación tan especial y definitiva de la figura de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, pocas expresiones se han prestado  más a una monumental tergiversación del mismo proyecto de Jesús y pocos adjetivos conducen a conclusiones tan peligrosas.
Son expresiones que gozan del peso de la más antigua tradición incluso, cómo negarlo, escriturística. Han sido, además, asumidas casi absolutamente por toda una civilización dos veces milenaria.
Dependiendo de la interpretación que se dé a la expresión “Salvador” se nos puede convertir el apelativo o en una  premisa desfiguradora de la imagen del Dios de Jesús o en una revelación  altamente consoladora.
Decir, por ejemplo, que Jesús salva a la humanidad de la condenación eterna, del “infierno”eterno es algo que no se puede repetir alegremente sin medir sus consecuencias. Para que eso sea cierto la  humanidad hubiera tenido que ser objeto de una condena sumaria y  universal  y para que esto sea verdad tendrían que darse ciertas condiciones que no son fácilmente comprobables. Si la humanidad hubiera necesitado de tal operación de “salvación” se pone en peligro la competencia creadora de un  Dios que da vida a una especie humana tan frágil que, apenas inaugurándose como realidad  en el mundo, entra ya a ser  objeto  de una condenación eterna y sumaria solo superable por el sacrificio cruento del Hijo de Dios. Esto de no ser por la forma tan inapelable y universal como se ha impuesto  durante más de 2.000 años, sonaría como algo hasta  ofensivo contra el mismo Dios Creador.

Esa argumentación del “Jesús que nos salva de una condenación eterna” tiene relación con toda la doctrina sobre el “pecado original”  que es también uno de los mitos universales más recurrentes en todas las religiones históricas como intento de explicación del origen del mal en el mundo, pero  que,  interpretados de una manera simplista nos conduce a una absoluta contradicción con la historia  científicamente probada de la evolución humana. Ya ni en la catequesis de primera comunión se puede hablar de ese Adán y Eva como la pareja fundadora instantánea de la humanidad. Este cambio en el imaginario sobre el origen de la especie humana ya pone en serios aprietos la doctrina sobre el tal “pecado original” y en consecuencia, el significado de la misión salvadora de Jesús.

Unida a esa explicación de la misión redentora de Jesús está otra expresión necesitada también de mucho discernimiento,  según la cual,  Jesús nos “salva del pecado”. Allí el problema está en identificar qué se entiende aquí por “pecado”. Entender el “pecado” simplemente como  la  transgresión de mandamientos, o cánones o códigos,  es una concepción muy elemental y limitada. El pecado no puede describirse como la violación de  normas ya que estas son expresiones de culturas y  situaciones históricas pasajeras, coyunturales, sujetas a la caducidad.
Si usamos esta expresión, “Jesús Salvador”, relacionada con la realidad del potencial  “pecador” del ser humano entonces la tarea más urgente se centra en identificar qué es eso del “pecado”. También aquí el colectivo cristiano  no puede ignorar cómo fue infiltrado desde sus mismos comienzos por corrientes culturales muy ajenas  y hasta contrarias al pensamiento de Jesús.
Una caracterización seria del pecado tiene que revelar la forma como este afecta a la condición humano-divina en su totalidad. Lo que convierte a una realidad en pecaminosa tiene que ver con el efecto negativo y destructor que esta realidad tenga con la integridad de la esencia humana.
De esta forma pecado es sinónimo de conflicto, negación agresión contra el ser humano. Esto tiene un nombre: odio, en sus más variados matices.
Lo contrario al pecado y por consiguiente, lo contrario al odio en todos sus matices, es el amor en todos sus matices.
Así podemos decir que Jesús es Salvador porque nos libra, nos defiende, nos pone a salvo de la realísima posibilidad que tenemos los seres humanos de ser atrapados por las dinámicas del odio en todos sus matices. Jesús salva del odio no por arte de magia o por automatismos ajenos a la condición humana. Jesús nos salva de  la única manera como se puede salvar a un ser libre que no es por coacción, por engaño, por automatismo sino por iluminación, por el convencimiento, por la ejemplaridad  contundente de su vida y de su muerte. Decir otra cosa es recurrir al “Deus ex machina”, a la magia. Es ir contracorriente a esa “impertinencia” humanizadora que Dios quiso implantar con el hecho de la Encarnación, que le ha costado tanto entender a nuestras burocracias eclesiásticas.
Viendo a Jesús, intentando entender a Jesús, siguiendo a Jesús, te das cuenta que esta especie humana, que tú mismo sólo eres salvable configurándote a Jesús de Nazaret. Convirtiéndote a su opción radical por el amor. Así sí se puede decir que Jesús es Salvador. Lo demás es magia y antiencarnacionismo impertinente.